Intimidad y cemento
la mirada de una artista sobre su propio proceso.
Texto por la artista publicado en Revolt Zine./ Text by the artist published in Revolt Zine.
¿Por qué el cemento como algo íntimo? En pocas palabras: porque llevo casi 3 años trabajando con él como uno de mis principales materiales.
Mi práctica artística se concentra más que nada en analizar nuestro entorno construido; qué, por qué y cómo construimos. Cómo esas estructuras funcionan una vez que son completadas. Ya sea que coincidan con los planes originales o se conviertan en algo completamente diferente de lo esperado. Me interesa cómo interactuamos y nos relacionamos con ellas. Primariamente me enfoco en estructuras modernistas, con lo cual el cemento (y sus mezclas), las barras de acero y el vidrio son los principales materiales que uso al construir mis obras.
Llevo casi 3 años trabajando con cemento. En el proceso de aprender sobre este material y como usarlo, mi estudio estaba siempre cubierto de una capa de su polvo. Estaba en mi ropa, en mis dedos, en mis uñas, por todos lados. Antes de comprarme una máscara (o las veces que me olvide de ponérmela) vivía en mis pulmones. Lo podía sentir en mi lengua despues de irme de ese espacio.
Ahora -habiéndome sometido a sus demandas- desarrolle mejores prácticas de seguridad para evitar causar daño a otros y a mí misma cuando interactúo con mi material. Pero me dijeron hace un tiempo que una vez que inhalas sílice (un material presente en mi cemento), se queda en tus pulmones para siempre. Estoy segura que en mi caso solo sería en diminutas cantidades. Pero, aunque nunca hubiese decidido inhalar el material a propósito, me resulta interesante pensar que -si esto es verdad- voy a tener un poco de cemento adentro mío para siempre.
Yo uso el cemento para construir mis obras. Lo mezclo con agua y lo fuerzo a tomar ciertas formas. Trabajo con él a menudo. Lo manipulo con mis manos y posiblemente lo llevo en mis pulmones. Es de las relaciones más íntimas que uno puede llegar a tener con un material inorgánico.
Por Rocío Azarloza